Los bosques en el entorno de Zaragoza: un mosaico desaparecido
Zaragoza 14 de Mayo de 2025
En el centro de la Depresión del Ebro, donde hoy dominan los cultivos de regadío, los acampos de secano y los paisajes esteparios, existió en tiempos pasados un mosaico de ecosistemas boscosos que dotaban al territorio de una rica diversidad ecológica. Aunque la imagen actual del entorno de Zaragoza se asocia más fácilmente con una vegetación rala y adaptada a la aridez, la realidad histórica y paleoecológica revela un paisaje mucho más heterogéneo, marcado por la presencia de distintos tipos de bosque adaptados a las condiciones edáficas, climáticas e hidrológicas.
Los corredores verdes de las riberas de los ríos.
A lo largo del curso del Ebro y sus afluentes, las condiciones de humedad y la fertilidad de los suelos aluviales favorecieron el desarrollo de densos bosques de ribera o sotos. Estos ecosistemas, hoy reducidos a fragmentos aislados, estaban formados por especies como el álamo negro, el álamo blanco, el sauce, el tamariz, el fresno de hoja estrecha y el olmo acompañados por especies trepadoras o lianas mediterráneas como la verdiguera o clemátide, el lúpulo o la vid silvestre, además de juncos, aneas y carrizos, especies propias de zonas húmedas o encharcadas. Estos bosques cumplían una función ecológica clave: regulaban el curso del agua, proporcionaban refugio a numerosas especies y actuaban como corredores biológicos entre ecosistemas distantes.
Los encinares y sabinares de carácter mediterráneo.
En terrazas fluviales y suelos bien drenados del entorno de Zaragoza predominaban, como vegetación potencial, los encinares mediterráneos. Dominados por la encina y acompañados por coscojas, estos bosques presentaban un sotobosque diverso de especies aromáticas como el romero, el tomillo o el espino negro. En zonas más frías, pedregosas o con suelos calizos o yesíferos, estos se transformaban en sabinares de sabina albar, más tolerantes a la continentalidad y a las heladas invernales. Estos bosques configuraban un paisaje de claros y sombras donde la biodiversidad encontraba refugio siendo el hábitat de especies como el zorro, el tejón o aves esteparias.
Matorrales y pinares adaptados a la aridez.
En las laderas más expuestas al sol y en suelos pobres, el paisaje estaba dominado por pinares de pino carrasco y por matorrales densos con aliagas, esparto o albardín, lavanda y lastón. Estos ecosistemas, sujetos a incendios naturales periódicos, formaban un mosaico dinámico donde se alternaban fases arbustivas y arbóreas, lo que favorecía la presencia de fauna diversa, como aves rapaces, pequeños mamíferos y reptiles.
Humedales temporales y suelos salinos.
En zonas deprimidas o con escasa pendiente, especialmente al sureste de Zaragoza (Valdespartera), afloraban lagunas estacionales (la Sulfúrica de Mediana) y suelos salinos que daban lugar a ecosistemas muy específicos. La vegetación adaptada a la sal —con especies como la salicornia, la sosa o el almajo— formaba un tapiz bajo, fundamental para aves migratorias y acuáticas, como anátidas y limícolas. Estas zonas funcionaban como sumideros ecológicos y reservorios temporales de biodiversidad.
Una transformación progresiva por la acción humana.
Desde el Neolítico hasta la Edad Moderna, la acción humana fue modificando gradualmente este paisaje mediante la tala de árboles, la extracción de leña, la roturación de suelos.
En siglos posteriores, el aprovechamiento intensivo de la leña y el carbón vegetal, el sobrepastoreo así como las transformaciones agrarias ligadas al Canal Imperial de Aragón y la industrialización agrícola, las motas y obras de defensa que constriñen los ríos y la ocupación agrícola de una parte significativa de sus cauces desde mediados del s. XX, terminaron por fragmentar o hacer desaparecer la mayoría de estos bosques originarios.
Hoy, la memoria de aquellos bosques persiste en topónimos, en fragmentos de vegetación relicta y en los esfuerzos de restauración ecológica de las riberas del Ebro y sus afluentes. En los últimos 50 años, se observa un desarrollo importante de los sotos a lo largo de las estrechas riberas debido a la disminución de las avenidas fluviales a los abundantes nutrientes que lleva el agua proveniente de los efluentes de los polígonos de riego.
En la actualidad, la unidad de montes del Ayuntamiento de Zaragoza desarrolla importantes acciones de conservación de los pinares mediterráneos espontáneos (Vedado de Peñaflor, Plana de María…) y de repoblación (Pinares de Venecia) con el apoyo de entidades sociales que tampoco dudan en denunciar los atropellos urbanísticos. El Galacho de Juslibol, recuperado en los años 90 por el Ayuntamiento y la Reserva natural de La Alfranca son dos enclaves privilegiados protegidos por las administraciones públicas. Mucho más próximo está el Soto de Cantalobos en Las Fuentes e integrados plenamente en la ciudad los sotos de la Torre de Bergua en el Parque del Agua. Una actuación ejemplar se llevó en la ribera izquierda del Ebro, entre la autopista y la isla de los Pájaros, con los trabajos del Plan de Riberas de 2008. La consolidación de margen se hizo compatible con la creación de un corredor verde en la que la naturaleza ha sido protagonista. Esta actuación es replicable en muchos puntos de las riberas del Ebro aguas arriba y abajo de Zaragoza.
Conocer este pasado no solo permite entender la transformación del territorio, sino también valorar la importancia de recuperar y conservar lo que aún queda de ese valioso patrimonio natural.
Fuente: El Español