Zaragoza y su reencuentro inevitable con el Ebro

21 de Octubre de 2020

“La Expo sí tuvo éxito al volver la mirada de Zaragoza hacia su razón de ser. Las intervenciones en las riberas han traído alegría y salud. “

“Zaragoza ha sido y será siempre la ciudad del Ebro”, comienza proclamando José Valenzuela la Rosa, director de HERALDO DE ARAGÓN entre 1906 y 1915. En su crónica del 11 de ocubre de 1931 recuerda algunos episodios de la relación de la ciudad con el río para concluir que “en el Ebro habrá de fijar siempre Zaragoza su atención preferente”. “¡Qué más quisieran muchas ciudades de campanillas sino tener un río como el nuestro, el mayor y el más famoso de España!”, escribe. “En todas partes, un río del caudal, de las proporciones y de los encantos del Ebro constituye el lugar preferido de la población, el más mimado y el mejor atendido. Sin embargo Zaragoza, durante muchos años, casi por espacio de un siglo entero, volvió la espalda al río, lo despreció, consintió que fuera convirtiéndose en cloaca, en inmundo vertedero de la población”, se lamenta. Y celebra que esa recuperación de las riberas de la que da cuenta, “lo que parecía un imposible”, “se consumó con relativa rapidez”. “Ya está el paseo del Ebro trocado en una moderna y limpia avenida con sus bellos jardines y con su iluminación espléndida. El viejo pretil tosco y polvoriento ha sido sustituido por elegante barandilla de hierro, que no oculta la hermosa perspectiva. Se han limpiado también las márgenes del río. El ambiente ha cambiado por completo. Aquellos lugares, antes tristes y solitarios, se ven a todas horas concurridos y llenos de alegre animación. Zaragoza ha reconquistado el sitio de sus favoritas y antiguas expansiones”.

Para apreciar cómo el Ebro ha ido sedimentando la historia de Zaragoza, es estupenda la visita al Museo del Puerto Fluvial, muy cerca de la Seo, otro testigo primerísimo del devenir de esta ciudad. Allí, metros por debajo del nivel actual de las calles, uno puede hacerse idea de lo mucho que supuso la navegación, sobre todo por el comercio, hasta que fue dejándose, entre otras cosas, por la construcción de azudes y luego de grandes embalses.

Aunque no es este un río que se humille fácilmente, por muchas barreras que se le quieran poner, ni siquiera en el ámbito urbano. Recuérdense los intentos recientes, al calor de esa Exposición Internacional de 2008 que todo lo iba a poder, para domeñarlo y hacer una lámina lúdica a su paso por la capital aragonesa. Fracasaron pronto.

Al Ebro se le respeta porque está vivo y trae vida con sus crecidas pero también destrucción, por el misterio de sus corrientes, hasta por los monstruosos siluros que lo han colonizado. Y es, como cuando se fundó Caesaraugusta, razón de ser de esta población rodeada por desiertos. Todavía, una oportunidad para quienes viven en sus márgenes, incapaces de resistir la tentación de asomarse, en cuanto pueden, a ver cómo bajan las aguas.

Como en otras ciudades ribereñas, cualquier intento de crecer a espaldas del río ha terminado siendo un error. La Expo sí tuvo éxito al devolver la mirada de Zaragoza hacia el Ebro cuando un tremendo desorden urbanístico, alimentado por la especulación, estaba en su apogeo. Con la gran feria de 2008 se perdió para siempre la huerta de Ranillas, pero, al reenfocarse voluntades y recursos hacia la arteria fluvial que vertebra la ciudad, algún nuevo dislate se evitó en la periferia, seguro. Y el reencuentro con las riberas, saneadas para esa ocasión (y, ay, ya demandando ahora que se invierta en su mantenimiento), ha dado alegría y salud a varios barrios en una y otra orilla.

El Ebro, en Zaragoza, es hoy un lugar de recreo donde pasear, ponerse al sol, hacer deporte, tomar algo en una terraza, celebrar, leer, estar…, cambiante según venga de crecido el río. Cuando menguan las riberas, se compensa con un espectáculo de bravura al que asomarse desde los puentes y otros muchos miradores que se han construido.

Los zaragozanos han ido haciendo suyos los tramos que quedan cerca de sus casas. Si buscan una experiencia más completa, se alejan de las viviendas, dejan también atrás el recinto de la Expo ahora encementado para los juzgados y las oficinas (y, si nada se vuelve a torcer el año que viene, también para los macrofestivales), y tienen a su disposición el Parque del Agua Luis Buñuel. En esta maravilla.

Fuente: Heraldo